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Libertad, aunque tardía
El martírio de Tiradentes, contado por Antonio Callado
VOZ 1: Ahí está visto por el gran pintor de Brasil, el suplicio de Tiradentes. Un cuadro grande en sí mismo, en su concepción, grande en su tamaño de 18 metros de ancho por 3,15 metros de altura. La Inconfidência expuesta en aproximadamente 56 m² de témpera sobre lienzo. La historiografía oficial brasileña es superficial, de bien comportamiento, presentando la historia de Brasil como blanda, civilizada, contraria a la violencia y al derramamiento de sangre. Cuando este panel fue primeramente expuesto en Rio y en São Paulo, muchos se detuvieran delante de él conmovidos, silenciosos. Había, allí, una revelación.
VOZ 2: A más de un crítico de arte le pareció raro que el panel contuviera – además de la pintura sofisticada, moderna, pero donde pasa un soplo clásico – una violencia, una crudeza que llegaba al límite de la falta de buenas maneras.Esto pasa porque todos nosotros aprendemos en la escuela que Tiradentes, trás ser ahorcado, fue descuartizado, pero la imagen aceptada, aprobada, es la de la horca, el mártir barbudo, vestido con el alba, o sea, el camisón, aguardando el momento de entrar en la muerte y en la historia.
Lo que pasa es que en la visión de Portinari el episodio ganó otro énfasis. El pintor no abolió la horca y el ahorcado, que estarían en el centro del panel: pero fueron empujados para detrás, se convirtieron en símbolo, encuadrados ambos en la orden perfecta de los regimientos de la reina Maria I y se prolongando lateralmente por las ondulantes montañas de Minas Gerais.