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Después de muchas mejorías que Oscar Niemeyer hizo al Brasil y al mundo, vino la más bella. El Memorial 0de América Latina.
Poty y yo tuvimos el placer de unir nuestro trabajo al equipo que, de los dibujos en papel vegetal y de las copias heliográficas, fueran extraendo ese bellísimo conjunto de edifícios, levianas, aéreos que hoy es casa de toda América Latina, de México a la Patagonia.
Primer día de la creación.
De la nada, de un hueco en el solo aparecian hierros y una multitud de hombres con chubasqueros amarillos que andaban entre la lluvia y aquel delgado dibujo de herrajes, casi volando, como si fueran gigantes pájaros amarillos contra el cielo oscuro, atando cálculos de pesos y esfuerzos.
Después los carpinteros guardaban toda aquella herraje en enforcados de madera, y el concreto.
Cosas vereedes que non creeredes Sancho – decia Don Quixote, y yo vi.
Vi las brujerías de la engenieria, gigantes formas deslizantes que, muevemoviendose iban pariendo enormes techos en teja, o la pretensión de la maior viga horizontal del mundo con noventa y cinco metros de extensión que los cables de acero suspendian hasta vencer la atración terrestre.
Aquella multitud, de Paraibinha a Oscar, es decir, del vendedor de periódicos al arquitecto, era un cuerpo vivo con cerébro, músculos y niervos.
Todo em marcha para dar vida a esta sentinela de los pueblos latinoamericanos donde Chichi Castenango podrá dialogar con Ushuaia y con el Cuzco; con Bahia, con Cuernavaca, con Gregorio de Matos, con Bolívar y San Martín en sus própios laberintos, o Chichén Itzá escuchando el canto de Neruda a los cimos de Machu-Pichu, o los científicos tratando de los padres y madres de los menores abandonados, o aún, por qué no, Zapata y Santa Rosa de Lima bailando una marinera o un huapango.
Todo eso en Barra Funda.