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Libertad, aunque tardía
El martirio de Tiradentes, contado por Antonio Callado
VOZ 2: La descripción del negro día de la ejecución es fuerte en Norberto. Nadie, tras leerla, consigue pasar, todavía hoy, sin sentir un escalofrío, por el Campo de São Domingos, la actual Praça Tiradentes en Rio de Janeiro, donde fue montada la “muy elevada horca, cuya escalera tenía más de veinte escalones”.
Antes de ser tirado al vacío, de manera que la cuerda le sufocara y antes que el verdugo le agitara en el aire, para bien le destroncar el cuello, Tiradentes tuvo de oír, de pie en el patíbulo, el largo y fastidioso sermón del fraile guardián del Convento de Santo Antônio. Todo pasa, como vemos en el panel, dentro de la mayor orden civil y religiosa. Pero lloran esclavos y el pueblo, mientras el cadáver es decapitado y descuartizado con destreza.
Y, en la última escena, como ya hemos visto, finalizada la tragedia, Portinari retoma el tema de la escena número 1, las cadenas de hierro, y muestra mujeres que las rompen.
VOZ 1: Un pesimista, o un cínico, podría encontrar, para la euforia de la última escena, razones circunstanciales, personales e históricas. Portinari terminó el panel en 1949, o sea, después de la redemocratización de 1945. Y murió en 1962, antes de caer sobre Brasil la noche de 1964. Pero la verdad es que Portinari, en Tiradentes como en todos sus paneles históricos – celebrando el Descubrimiento, la Primera Misa, la Llegada de D. João – buscaba siempre, por entre sus haces luminosos y sus sólidos geométricos, el futuro de este país que él amó muchísimo.
El hierro de las cadenas da pruebas, en Brasil, de ser durísimo. Pero el pueblo es fuerte, como lo creía Tiradentes. Como lo creía, también, Portinari, su pintor.
VOZ 2: Y ahora, recordada la historia del suplicio de Tiradentes, miremos solamente el cuadro delante de nosotros, sin pensar más en lo que narra, en lo que representa. Miremos la pura pintura. Sus formas, sus colores. En silencio e introspección. Como quien escucha música. Un concierto.
(Novos acordes de Bachianas nº 5).
(Integração das Artes – p.17-19 e 103 /1990)