Libertad, aunque tardía
El martirio de Tiradentes, contado por Antonio Callado
VOZ 1: Y, en primer plano, afrontándonos, está aquello que podríamos, parodiando a Nelson Rodrigues, llamar de “la Historia como ella es”: está el cuerpo de Tiradentes cortado en cuatro, como el de un buey, su cabeza tirada a una carreta de carnicería, aún goteando sangre, y después clavada en el alto de un poste, como mandaban los señores jueces del Tribunal da Alçada.
VOZ 2: Tiradentes fue ejecutado por su crimen de inconfidência – o sea, falta de fidelidad al Estado y su seguridad -, y la punición había de ser ejemplar. Más, feroz. No era solo decapitar al reo en la guillotina, o cortarle la cabeza en el cepo, con un hacha, o simplemente llevarlo a la plaza y ahorcarlo.
VOZ 1: O aun, como en la Antígona de Sófocles, simplemente dejarle insepulto, entregue a los perros y a los buitres, el cadáver de quien había pecado en contra la seguridad nacional. Oigan el texto de la denominada Certitud de la Ejecución de Tiradentes, o, en otras palabras, el casi desdeñoso certificado de defunición que le hicieron: “Francisco Luís da Rocha, Desembargador dos Agravos da Relação de esta Ciudad, y Escrivano de la Comisión expedida en contra los Reos de la Conjuración formada en Minas Gerais: – Certifico que el Reo Joaquim José da Silva Xavier fue llevado al lugar de la horca levantada en el Campo de São Domingos, y en ella padeció muerte natural, y le fue cortada la cabeza, y el cuerpo dividido en cuatro cuartos, y como así pasó en verdad escribí la presente certificación; y doy fé. Rio de Janeiro, 21 de abril de 1792”.
VOZ 2: Por todo eso el panel nos hiere con Tiradentes destrozado, con sus disjecti membra, sus cuartos de carne martirizada sembrados por todos los sitios de Brasil. Parece que Portinari quiso resonar el clamor de Castro Alves, que evocó el propio verdugo,
…Pelos cabelos a cabeza erguendo,
que rola sangue e que espadanam estrelas.